Amada recostada a la ventana no temía
las descargas eléctricas que iluminaban su rostro,desafiaba la
furia desmedida de la naturaleza con la mirada perdida puesta en un
punto o en varios puntos eso nunca lo sabremos por que no lo dijo, el
huracán que llevaba dentro no la dejaba comprender con claridad
suficiente y fue necesario la caída de un rayo que dividió en dos
mitades la palma mocha del patio para que reaccionara, de regreso a
la realidad miro a Roberto Enfrentado con tal fuerza que este a pesar
de su estatura dinosaurica se sintió empequeñecido e indefenso.
- ¿No tienes miedo a esos truenos? - No nunca e temido a nada respondió ella escalofriante.
Roberto Enfrentado pensó que aquel no
sería un día bueno para atender a su cliente, ella no estaba bien de
la cabeza no tenía la menor duda.
- ¿Y tú le tienes miedo?
- No lo que me asusta es la luz,
luego que pasa y quedas vivo ya no hay problemas.Estaba en lo cierto ninguna yerba por muy gibara que fuera superaba la hechura de aquella mujer fugitiva de la cordura humana, por que su
problema estaba... Un relámpago ilumino la noche y dejo a oscuras la
habitación, ella se apresuro y encendió las tres velas de un
pequeño candelabro en forma de tridente, un diablo fundido en
bronce que sonreía con un guiño malicioso y desenfrenado que alguien compro a las puertas de un garito , lo coloco sobre la mesita de la sala, fue entonces que la figura
menuda de Amada pareció crecer, agigantándose en las paredes ante la
combinación perfecta que ofrecía la intermitencia entre cada
relámpago.
- No quiero que deje de llover.
- Te gusta la lluvia pregunto
Roberto Enfrentado con voz insegura.
- Si, eso lo aprendí de mi abuela
ella me decía que la lluvia alimenta todo, no solo a las plantas, el
cuerpo también necesita lo que la naturaleza le ofrezca por que
de allí llegamos un día, por eso me gustan tanto los
ungüentos y las hierbas que preparas, dice la gente que eres
brujo, ¿ Es cierto eso?
Ella recostó suavemente el cuerpo sobre
el sofá y dejo al descubierto aquellas piernas echas de madera recia del
monte ,moldeadas por generaciones que vivieron en las selvas y
fueron violadas en los galeones negreros, piernas de miel y canela molida
desafiantes e inmaculadas por leyendas milenarias de reyes de hojas y sabios hechiceros. La lluvia le había revuelto sus dolencias, aquellas que nadie recuerda que existieran antes por sus síntomas diversos y pecaminosos y que solo podrían aliviarle las enormes manos de Roberto Enfrentado
en cesión agotadora e inhumana, con aquellos masajes secretos y sudorosos que solo él conocía y que no estaba dispuesto a enseñar a nadie.
Amada cerro los ojos dispuesta nuevamente a resistir.
Amada cerro los ojos dispuesta nuevamente a resistir.